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Inadaptado

La lluvia golpea con rabia la placa de plástico que cogió de la basura. Junto con cartones y unas cajas de vino que ha ido vaciando, ha construido un cochambroso cobertizo en la esquina de aquella sucia calle abandonada. — Yo nunca he mentido, le rompí la cara y así se lo dije a la policía, ¿no? El frío cada vez es mayor, y el agua ha mojado los cartones donde está sentado. Balanceándose, discutía consigo mismo. — Maldito gordo prepotente, 20 años trabajando para él. Tenía que haberle pegado más fuerte. Maldito bastardo. Yo siempre fui sincero y hacía lo que me mandaba. Un fuerte viento lanzó violentamente por los aires la placa de plástico que hacía de techo. — Todos estos años de lealtad y para qué, ¡para qué! El granizo golpea su cara arañando su tersa y dañada piel. No siente sus empapados dedos, y aunque un profundo odio calienta su espíritu, tirita de frío y sigue balbuceando. — su casa, su casa…  encontré su casa, jajaja, eso sí.  Se creía seguro en aquella maldita granj

HOGAR

Papá se sentó en el porche. Hacía años que no trabajaba y pasaba ahí el día. En el barrio no quedaba ningún vecino, les vi marchar a todos, y ahora, todo estaba en silencio. Yo nunca salía de casa. La televisión no funcionaba y no podía ver dibujos, por lo que sentada en el sofá, me dio por leer . El único ruido oía era el agradable sonido de burbujas del agua hirviendo que salía de la cocina. Mi padre se levantó de la silla. Cojeando cruzó el salón y cuando pasó por mi lado me acarició el pelo, como siempre hacía. Entró en la cocina y cerró la puerta. -  No podemos seguir así    — escuche a mi madre — . Ya casi no nos quedan patatas. Yo leía mucho. Apenas jugaba y encontré entretenimiento en aquellos libros que mi madre traía de la biblioteca donde trabajó durante años. -  ¿Ya entiendes algo, hija?    — dijo mi padre acariciándome de nuevo el pelo cuando de vuelta iba otra vez al porche. Aquella calma igual me ayudó y pronto empecé a comprender a las personas de esas vidas que en

Microcosmos

  Bajo las estrellas espero. Son muchas, y tintinean en una especie de espiral cada vez más estrecha y lejana. La galaxia es así, un remolino de luces de estrellas girando en un abismal espacio oscuro que acaba en un centro, donde dicen, que está la mayor y más grande de ellas. Existen millones, y cada una diferente, pero todas contienen básicamente lo mismo, vida. El mio es verde, llena de luz y esferas brillantes. Su inmensidad es abrumadora, una fuerza de espiritualidad y paz. Y yo aquí en su base estoy, bajo su figura, esperando el momento envuelto de ilusión y guardando el amor que han confiado en mi. –¡Mira mama! ¡Un regalo!

Fui, —somos.

Un delicado villancico a piano me despierta.  Jubilarme ha hecho que aprenda a disfrutar, y mi adorable nieto me ayuda a conseguirlo,  — ¿se habrá despertado? La calefacción esta apagada. Un hijo duerme hoy también en casa,  — tengo frío. Cuando di a luz fue como compartirlo todo. Era hermoso al principio y complicado después. Toda una vida entera que sentí perder cuando en su boda dijo  — si quiero — . Ahora sin embargo me devuelve esa parte de mi, con su otro yo,  — él. Antes de joven, todo era mas fácil. La fuerza y la ilusión alejaban con firmeza cualquier problema. Después la adolescencia si que fue dura, muy intensa, pero echo de menos  — ese calor —.  ¿Y cuando la campana del colegio sonaba? Entonces comenzaba tu aventura. Exprimías cada segundo del día, sin quererlo, sin saberlo. Y agotado de dar, de ser..., de hacer; te echabas a dormir. Pero las vacaciones..., oh las vacaciones, liberación pura y sencilla. Volabas con la inocencia del espíritu. Este día me despertaba con el b

Ruido de fondo

Salíamos  del oscuro portal de casa y la claridad del cielo hizo que cerrara los ojos durante un momento. Nevaba.—... y estiro el brazo girando la mano para intentar coger un copo. Entonces noto en la muñeca, donde se acaba el jersey, un punto de frió punzante que siento en todo el cuerpo. Estremecido, escucho un gran silencio a mi alrededor — Es el recuerdo mas intenso y claro que tengo de mi niñez. Aquel día, salí con mis padres de paseo rascándome el cuello por culpa del jersey de lana roja que mi madre me puso con una sonrisa picara—herencia directa de tu hermano—me dijo con cariño. De las navidades poco mas me acuerdo. Antes de comer, el día 25 íbamos al parque a ver y dar de comer a los patos. Empalagados de cocholates y turrones, hacíamos un esfuerzo para movernos y así bajar el exceso de azúcar en sangre responsable de que chincharas a tu hermano mas de lo debido. Todas las Navidades fueron iguales, seguíamos ese protocolo marcado por una naturalidad que da la rutina. Cost